Un par de investigadores australianos acaban de demostrar lo que era un secreto a voces: que el famoso teorema de Pitágoras no fue descubierto por él, sino que lo aprendió de los sabios de Mesopotamia. A esa conclusión han llegado tras analizar Plimpton 322, una tableta de arcilla llena de números con el sistema sexagesimal en escritura cuneiforme, de unos 13 cms. de ancho por 9 de alto y 2 de grosor. Tiene unos 3.800 años de antigüedad y fue hallada hace tiempo en Irak, a unos 250 kilómetros al sur del actual Bagdad.
Allí surgió la Astrología milenios antes, que propició enormes avances en las matemáticas, la medicina, la arquitectura y un largo etc. De hecho, incluso la importancia que la numerología y la música tenían para Pitágoras, hasta el punto de convertir estas materias prácticamente en su religión, provenían del estudio de los astros, pues las proporciones numéricas y las armonías musicales estaban íntimamente relacionadas con una Astrología, que era mucho más interdisciplinar que ahora. Aquellos astrólogos sabían a ciencia cierta que todo está relacionado con todo, como también lo entendieron los egipcios.
Muchos siglos más tarde vendrían las especializaciones, el estudio compartimentado, parcial y, por tanto, ciego a lo desconocido, perdiéndose aquella mística unidad, esa manera fascinante de entender el universo.
Ya escribí sobre Pitágoras en 1999, con ocasión de la serie que publiqué en la revista Tu Suerte -que fundé y dirigí desde 1998 hasta 2014- acerca de algunos de los más grandes genios de la Astrología o que tuvieron estrecha relación con ella, aunque, con frecuencia, la rancia ortodoxia haya intentado escamotear tales conexiones.
Esto es lo que publiqué en aquella ocasión, cuando ya advertía de que todos los avances que se atribuían al gran Pitágoras procedían de Mesopotamia, es decir, de las primeras comunidades de astrólogos sabios:
“PITÁGORAS
La armonía de las esferas
Nacido en la isla de Samos, hacia el 590 a.C., Pitágoras fue hijo de un escultor y una bella mujer. Viajero incansable, pasó muchos años de su vida introduciéndose en los misterios de Egipto y Babilonia, lugar en el que fue instruido por los magos, es decir, astrólogos. Y aún tuvo tiempo para llegar a ser campeón de boxeo. A los 56 años de edad, regresó a la isla que le vio nacer. Igual que a Orfeo, se le consideró hijo del Apolo Hiperbóreo, el dios de la inspiración y el saber oracular que otorga la omnisciencia.
Se dice que Pitágoras fue el primero en llamar Cosmos al universo, lo que significa ver el mundo como un todo bello y ordenado; que descubrió el famoso teorema matemático que lleva su nombre; que inventó el reloj de doce horas con el que se superaba a los viejos relojes de arena y que fue el inventor de la palabra filosofía. Muchos siglos antes de que Copérnico demostrase el heliocentrismo, Pitágoras ya explicaba que el centro del Sistema Solar era el Sol, cual Apolo conductor del coro de las musas, cuya música era la armonía de las esferas. Determinó y representó los equinoccios, los solsticios y las horas. Representó geométricamente la oblicuidad del Zodíaco y entendió que la Luna no tenía luz propia, sino que la recibía del Sol. También sabía que el arco iris, lejos de ser un fenómeno mágico, como se creía entonces, era debido a la descomposición de la luz. Y que la estrella de la tarde, llamada Venus o Vesper era la misma que la de la mañana, conocida con el nombre de Lucifer o Fósforo.
Creía que la música representaba la armonía y que se podía curar a través de ella. Por eso algunos lo consideran el inventor de la musicoterapia. Jámblico dijo de él: “…dio primacía a la educación musical por medio de melodías y ritmos, con los que se obtienen las curaciones de los modos de pensar y obrar y de las pasiones humanas”. Para Pitágoras el Cosmos era una representación musical a gran escala.
La armonía de las esferas o de los astros estaba perfectamente representada por números, que para Pitágoras lo ordenaban todo. De hecho, el juramento pitagórico se hacía sobre la Tetratkis, una representación piramidal basada en los números del uno al cuatro y la suma de ellos, el 10, que para los pitagóricos tenía carácter divino. Por eso a Pitágoras también se le considera pionero de la numerología.
Fundó su propia comunidad de carácter religioso-científico, en la que todos los miembros observaban ritos catárticos, cultivaban los números y la ciencia de los astros. Los más cercanos a Pitágoras practicaban la comunidad de bienes y buscaban la armonía interior a través del conocimiento y el amor.
Según Jámblico, “los pitagóricos estaban habitualmente callados y prontos a oír, y se elogiaba a aquel que escuchaba.” Además del aprendizaje, la memoria era muy importante para ellos, por eso utilizaban procedimientos mnemotécnicos. Ningún pitagórico se iba a dormir sin recordar todo lo que había hecho durante el día y tratar de aprender de ello.
Pero sus doctrinas también tuvieron una amplia dimensión mística. Se dice que introdujo en Grecia la creencia de la transmigración de las almas. Según Diógenes Laercio, Pitágoras decía que “el alma es inmortal; después, que se transformaba en otras especies vivientes, y además de esto, que periódicamente lo que ha sucedido se repite”. Para liberar el alma de la rueda de las reencarnaciones Pitágoras enseñaba un sistema basado en ritos y normas morales, pero, sobre todo, en el cultivo de las matemáticas, la música y la filosofía, a las que consideraba terapéuticas para el espíritu.
Sin duda, Pitágoras fue un hombre excepcional y decisivo para la transmisión del conocimiento, sin embargo, casi todos los conocimientos o descubrimientos atribuidos a él, los tomó de los caldeos, es decir, de los astrólogos de los pueblos mesopotámicos, ya que hay numerosas evidencias de que éstos poseían dichos conocimientos mucho antes de que existiera Pitágoras, desde las teorías más místicas hasta las más racionales, incluyendo el propio teorema que acabó llevando su nombre”.